Aunque todavía faltan dos meses, la política argentina ya vive el “efecto Mundial“. Oficialistas y opositores, radicales y peronistas, todos esperan con secreta obsesión que empiece la Copa del Mundo de Sudáfrica. Unos y otros postergan lanzamientos, dilatan decisiones clave y hasta proyectan los beneficios de la pasión futbolera, como si el futuro estuviera atado, irremediablemente, a las órdenes de Maradona y los pies de Messi.
Un influyente funcionario anotaba nombres en un papelito azul a principios de la semana última. Armaba en su despacho de la Casa Rosada la lista de políticos que tenía que llamar antes del próximo miércoles, preocupado por los posibles cambios a la ley del cheque en el Congreso. “No queda otra. Pensamos estrategias nuevas todas las semanas”, bufaba, antes de una confesión suspirante: “El alivio tal vez empiece el 12 de junio”. Ese día, la Argentina debuta contra Nigeria en Johannesburgo.
El cálculo se repite en la propia quinta de Olivos. Entusiasmado por su leve repunte en las encuestas, Néstor Kirchner palpita el fútbol entre sus confesores: siente que una sucesión de triunfos le daría un respiro en su afanoso deseo de volver a ser presidente. “Si nos fuera bien, la gente estaría más contenta. Y eso sería un beneficio”, suele esperanzarse un ministro optimista.
Lejos de ahí, en el búnker de Francisco de Narváez, en Las Cañitas, también está marcado con rojo el mes del campeonato. Su gente lo usará para darle forma definitiva a la estrategia electoral, en el territorio y en la Justicia. Dicen que cuando termine el Mundial empezará la campaña presidencial. Los resultados con la pelota marcarán el tono de los discursos.
Todos siguen la lógica de los consultores, que ven en el campeonato una suerte de frontera invisible. “La Copa del Mundo marca la agenda del año”, sostiene Fabián Perechodnik, director de Poliarquía. “El clima de irascibilidad puede ser atemperado con el Mundial. Los buenos resultados podrían provocar un efecto balsámico”, cree la analista Graciela Römer.
Lo saben en el Gobierno. De hecho, en octubre del año pasado cundió el pánico cuando la selección estuvo a punto de no clasificarse. Sólo dos meses antes de esa crisis, la Presidenta había presentado en el predio de Ezeiza el plan Fútbol para Todos, entre comparaciones de “goles secuestrados” con desaparecidos y abrazos y besos con Maradona en el palco oficial. Kirchner todavía miraba las encuestas para medir el impacto social de su movida cuando, unas semanas después, la Argentina logró un agónico triunfo ante la débil Perú.
El ex presidente organizó una serie de apariciones públicas para recuperar la iniciativa: tenía miedo de que el equipo se quedara afuera y se acelerara la carrera por 2011. “Si no nos clasificamos, vamos a discutir el calendario electoral en marzo. Hay que planchar todo hasta después de julio”, se desesperaban en la Casa Rosada. Al final, todos terminaron festejando a los gritos el gol de Mario Bolatti en Montevideo, que aseguró un lugar en Sudáfrica.
En stand by
Hoy, hasta la UCR pospuso la definición de sus internas. Sólo en el segundo semestre debatirá cómo sigue la disputa para elegir futuros candidatos. ¿Cuándo el vicepresidente Julio Cobos, el diputado Ricardo Alfonsín y el senador Ernesto Sanz alistarán a sus tropas? “Después del Mundial”, repiten todos.
El mismísimo Eduardo Duhalde les pondrá coto a sus ansias conspirativas. Sólo en julio empezará a presionar a sus amigos oficialistas para que le confirmen si van a traicionar a Kirchner. “Cuando se acabe la euforia futbolística”, pergeñan. Es más: cuando el equipo argentino ya haya vuelto a Buenos Aires, un grupo de hombres fuertes del conurbano promete sacar a la luz las críticas al Gobierno que, por ahora, reserva para la intimidad de sus despachos. Todo después de evaluar el humor social post-Mundial.
En la Casa Rosada, sin embargo, también están atentos a otro detalle clave, justo mientras la pelota esté rodando del otro lado del Atlántico. Ya lo adelantan los analistas. “La atención pública va a estar sólo puesta en el fútbol. Cualquier otro tema va a generar menos preocupación”, alertó Perechodnik. Con la experiencia que le dio Alemania 2006 (ver aparte), el Gobierno sabe que junio será un mes decisivo para desempolvar una incómoda agenda: la de las medidas impopulares.
Por Juan Pablo Morales
Fuente: La Nación