Moses, Philemon y Kenny son los ingenieros de la fabricación de balones del suburbio de Westlake, en Ciudad del Cabo, una abigarrada mezcla de chalés y casa de hojalata al sur de la imponente Table Mountain. Conocen la cantidad exacta, el peso y la densidad de la basura necesaria para fabricar un balón artesanal desde que eran tres de esos niños que corretean por las cunetas de África y saludan con los brazos en alto a los turistas blancos que pasan en sus coches.
Hoy son un equipo con un ‘know-how’ adquirido durante años de escasez. El ingenio del hombre que no tiene nada les enseñó a seleccionar los desechos en las papeleras, cortarlos en tiras, hacer con ellos un corazón homogéneo, rodearlo de tela de saco plástico y cubrirlos con cordeles en una red hexagonal que les otorga resistencia.
El resultado es el otro balón del Mundial de Fútbol en un país en el que la mayor parte de la población no ha visto una pelota de reglamento en su vida. El resultado es graciosamente redondo e irregular, pero muchos españoles no se molestarían en darle una patada, si no es para apartarla de su camino. Su valor está en que revoluciona la enfermiza economía de Westlake. Cualquiera que tenga internet en el mundo puede acceder a la web del proyecto solidario que las vende por la red en Barefootball, “la pelota descalza” y colaborar.
Sus impulsores aprovechan el tirón del Mundial 2010 para dar salida a un puñado de balones que mitiguen el hambre en la ciudad del hambre, allá donde las desigualdades son atroces (al lado de la fábrica en la que Philemon junta basura hay un campo de golf). El invento se vende a cinco euros (0,47 céntimos se donan a la comunidad) y de momento funciona. No tienen las ventas de Nike, ni adidas, pero alimentan una fábrica donde trabajan 40 tipos con relativa suerte. La tasa de paro en el país es del 25% de la población económicamente activa y esto significa poco, pues no hay un acuerdo en cuanto a la cantidad de gente que es económicamente inactiva. En The Flats, uno de los suburbios de Ciudad del Cabo, luchan por vivir un día más cientos de miles de parias llegados desde otros países aún más pobres.
La portería de la iglesia
La idea del Barefootball también es inmigrante. Vino desde las orillas del Zambeze, en Mozambique, por medio de una imagen del reportero Athol Moult. El fotógrafo había acudido allí a buscar lo que quedaba de la iglesia misionera que había construido Mary Moffat Livingstone en 1862, pero su tesoro fue otro. En una de las imágenes, un niño jugaba a fútbol descalzo sobre la tierra cuarteada por la sequía y tiraba a gol en una portería pintada en la pared de la iglesia. Aquel trozo de plástico volando hacia la pared de la iglesia misionera iba a servir para crear un sueño y una industria. De momento, cuentan con el apoyo de marcas como Johnson’s y Nokia y han subastado pequeños balones por hasta 160 euros.
Pese al crecimiento del país, la mitad de la población vive en la pobreza y sus ingresos medios apenas alcanzan los 14 euros mensuales. No llega ni para tres balones para turistas. Con esos mimbres, los niños de África se apañan con su revoltijo de bolsas de plástico cuando hay que soñar con Messi.
A miles de kilómetros, los niños del primer mundo ya tienen su Jabulani (el balón oficial), una redondísima máquina de marcar goles con estampados en 3D que cuesta 40 euros en Europa y $400 en Argentina.
Fuente: El Diario Montanés – Foto: Sitio oficial Barefootball